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Historia


Torre de la TerciaLos datos que poseemos sobre Génave durante la Edad Media son muy escasos. A pesar de ello, de su pasado islámico podemos barajar la hipótesis de que pudo constituir una de las numerosas aldeas o alquerías que, según los autores árabes, poblaban la Sierra de Segura. Su origen cabría relacionarlo, no sólo con los manantiales de agua que emanan de su entorno, sino también con su proximidad a zonas de pastos y a los caminos que comunicaban el Valle del Guadalimar y La Mancha. Esta posición estratégica junto a las vías que discurrían por los valles del Guadalimar y del Guadalmena determinó que entre los siglos XI y XIII, ante el avance de los ejércitos cristianos por tierras manchegas, los musulmanes emprendieran un sistemático programa de fortificación, edificando fortalezas en numerosos lugares y núcleos de población. A través de ellos se ejercía un exhaustivo control de todos los movimientos y expediciones que realizaban los ejércitos enemigos. Con este objetivo, en Génave pudo edificarse un lugar de refugio (hisn) o una torre (bury), muy semejante a otras fortalezas de la Sierra de Segura como El Cardete (Benatae) o la propia Torre de la Laguna (Génave). Esta fortificación fue enormemente transformada tras la conquista castellana. 

Aunque no aparece recogido en la relación de lugares conquistados por Fernando III, este núcleo pasaría a manos cristianas entre 1235 y 1239. La ausencia de cualquier cita en las fuentes escritas confirmaría la hipótesis de que Génave, a principios del siglo XIII, sería un pequeño asentamiento rural. Tras la conquista fue entregado a la Orden de Santiago, integrándose dentro de las posesiones de la Encomienda de Segura. 
Posteriores noticias aportadas por los libros de visitas de la Orden Militar de Santiago ofrecen algunos datos sobre la situación económica de Génave a finales del siglo XV. En 1475 Génave tenía arrendadas, junto con Torres de Albanchez, las rentas que producen los Diezmos, los Hornos, la Martiniega y el Yantar, por una cantidad de 129.000 maravedís. A finales del siglo XV las principales rentas eran obtenidas de la producción de trigo, cebada, centeno y escaña. Así mismo por estas fechas contaba con una población de 95 vecinos con sus respectivas familias, siete de los cuales eran considerados “Caballeros de Cuantía”. 
Con respecto a su castillo, las noticias recogidas en las fuentes escritas al final de la Edad Media son ya más precisas: “ay otro lugar llamado Xenave, con otra torre muy buena que tiene dos bóvedas de cal y canto donde retraen los del lugar quando vienen los moros”. Esta torre, hoy conocida como la Tercia, pudo sustituir a la antigua fortaleza islámica y podría identificarse con la torre del homenaje de un pequeño castillo bajomedieval.
A pocos kilómetros de Génave también se localizan los restos de otra fortificación denominada torre de la Laguna o Zarracotín. En sus proximidades aún pueden verse los restos de otros muros que pudieron formar parte de la muralla que circundaba esta torre. Su estructura y técnica constructiva es muy similar a otras muchas fortalezas de la Sierra de Segura. 
La pertenencia de Génave a la Encomienda de Segura de la Orden de Santiago se prolongó a lo largo de la Edad Moderna, periodo en el que obtuvo, por otra parte y durante el reinado de Felipe II, el título de villa. Lugar, primero, y villa, después, que se caracterizó en estos tiempos por ser “pueblo de mucho paso, como lo tienen dicho, desde el reino de Valencia y Murcia para el reino de Granada, Andalucía y Sevilla”. Esta caracterización como zona de tránsito no consiguió enjugar sin embargo la neta fisonomía agraria de una villa ubicada “en lugar frío a causa de estar en umbría a la falda de la sierra y cercada de monte”. Descripciones del siglo XVI definen estas superficies montuosas por la importante presencia de lentiscos, madroños, jara, romero, encinas…, por la escasa importancia de la caza (perdices, liebres y conejos fundamentalmente) así como por la utilización preferente del monte como proveedor de leñas. Todo ello se complementaba con las actividades propias de una economía agraria de subsistencia centrada en el cultivo cerealícola (trigo, cebada y centeno principalmente) y en la presencia, aunque no muy numerosa, de ganados cabríos, vacunos y lanares. 
Los cronistas del momento, al referirse a Génave, lo hacían aseverando que la “gente de esta villa no es rica porque la tierra es estéril y fría”, detalle que posteriormente reafirmaban al sentenciar que todos los vecinos eran labradores y que no habían hallado entre la población a ningún hidalgo. Esta comunidad de labriegos llegó a sumar a mediados del siglo XVI la nada desdeñable cifra de 260 vecinos con sus familias, reunidos todos ellos en torno a un casco urbano conformado por unas 250 casas hechas de “tapiería de tierra y de poca altura, porque el asiento del pueblo es frío, y donde combaten muchos aires, y las coberturas que techan las dichas casas son de jaras y cabrios de pino, cortadas y traídas de la Sierra de Segura”. 
Esta fisonomía urbana de Génave a mediados del siglo XVI permaneció prácticamente inmutable durante largo tiempo. A mediados del siglo XIX las casas del municipio seguían siendo “malas y algunas amenazando ruina, distribuidas en dos pequeñas plazas y varias calles mal arregladas”. En esta época Génave contaba ya con una población de 596 habitantes, dedicados, como antaño, a la agricultura cerealícola en el marco de un terreno igualmente montuoso y feraz. Trigo, centeno, cebada, escaña, garbanzos y un poco de vino y aceite constituían las producciones básicas del municipio en la segunda mitad del siglo XIX (en concreto 1.453 hectáreas se destinaban al cultivo cerealícola, 483 al olivar y 158 a viñas). A ello habría que añadir la importante presencia que seguían teniendo en Génave las superficies de pastos (2.328 hectáreas) así como las de monte (108 hectáreas). 
Con estas coordenadas no es extraño que los efectos de la crisis agraria de finales del siglo XIX se dejaran sentir en Génave con especial virulencia. A las dificultades propias de una economía que seguía anclada en el marco de la subsistencia se le sumaba ahora la crítica coyuntura de la caída de precios de los cereales, de la ruina de los viñedos, del abandono de cultivos… Las salidas auspiciadas a la coyuntura depresiva se concretaron en este municipio, como ocurrió en otros tantos de la provincia, en torno al olivar. Si el siglo XIX se había caracterizado desde el punto de vista productivo por una clara hegemonía cerealícola, el siglo XX lo hará precisamente por todo lo contrario, es decir, por una progresiva pérdida de importancia de este cultivo y por un creciente y fuerte protagonismo del cultivo olivarero. En cifras de 1989 la superficie destinada al cultivo de herbáceos alcanzaba las 1.918 hectáreas, mientras que la de olivar subía hasta las 1.958 hectáreas. Frente a ello, las hectáreas de viñedo apenas si llegan a 6 mientras que las tierras destinadas a pastos permanentes se reducen a 922 hectáreas. 
Esta agricolización del paisaje de Génave y la progresiva recuperación económica desde principios del siglo XX coincidió con una no menos visible recuperación demográfica. Si a mediados del siglo XIX hablábamos de 596 habitantes, en 1900 la población se había incrementado hasta los 1.259 habitantes, cifra superada sucesivamente en 1910 (1.508 habitantes), 1920 (1.672 habitantes), 1930 (2.027 habitantes) y 1940 (2.141 habitantes). Sin embargo, a partir de esta década se observará el comienzo de un nítido proceso de decrecimiento poblacional, ininterrumpido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y que ha situado la población de derecho del municipio a la altura de 2009 en los 629 habitantes. Como en otros tantos casos, la mala coyuntura posbélica de los años cuarenta, el proceso de ruralización propio de la dictadura franquista y la falta de perspectivas se convirtieron en acicates del comienzo de un palpable proceso de emigración que terminó despoblando el municipio. 
El auge demográfico de la primera mitad del siglo XX se acompañó en la década de los años treinta, desde el punto de vista social e institucional, del fenómeno del asociacionismo sindical de la mano de la FTT (UGT) y de la CNT, de la participación política activa y partidista en los tiempos de la II República y por último de la trágica experiencia de la Guerra Civil, dentro de la dinámica propia de la retaguardia republicana, al estar Génave alejado de los frentes activos de la contienda. Frente a esta movilización política y ciudadana de los años treinta, el proceso involucionista propio de la dictadura franquista no hizo sino acentuar los hábitos de comportamiento social y político de una comunidad agraria que seguía asentada en prácticas tradicionales propias del siglo XIX y que seguía teniendo la tierra como el eje referencial de la práctica totalidad de sus actividades. Y ello además en un marco de falta de libertades que permaneció incólume hasta la muerte del dictador y el inicio de la transición democrática.

 




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